Insólita figura la de este escritor mallorquín que hemos conocido gracias a un amigo, Paco Monge, quien nos incitó a leerlo. ¿Cómo y por qué ha surgido este surrealista de la diáfana mediterraneidad?
No contamos con una biografía de Cristóbal Serra para guiarnos. Algunas fechas secas jalonan su vida y éstas tienen un valor, antes que esclarecedor, anecdótico. Ha cosechado dos títulos universitarios, ha pasado por varios oficios, se ha consagrado a la traducción, y ha escrito siempre que se ha liberado de la esterilidad que también crea el cardo y la escualidez de la higuera.
En los años de la posguerra, Cristóbal Serra escribe Péndulo que publicará años más tarde. Lo escribe desligado de toda influencia, aunque luego descubra que está bajo el signo de Kafka o de Michaux. Péndulo, el payaso metafísico por él creado, que sufre la soledad de los maniquíes de De Chirico, conoce la suerte de ser traducido al italiano en la revista “Il Caffè”.
Aparte de este personaje tragicómico, desarraigado, charlotesco, Cristóbal Serra ha inventado el mundo despampanante de su Viaje a Cotiledonia. Este viaje quimérico, que tiene un encanto irresistible, recuerda a ratos un viaje de Swift, otros una vida imaginaria de Schwob, otros nos sumerge en este tipo de ironía que sólo un hombre mediterráneo puede expresar, porque es una ironía a veces distante y a veces rozando la mala uva. Además, la escritura es perfecta. Cristóbal Serra ha encontrado el vehículo sencillamente adecuado para expresar el misterio de una rebeldía en toda su amplitud. Con razón de él ha escrito Octavio Paz: “Habita el secreto con la misma naturalidad que otros nadan en el ruido. No es ni dragón, ni caballero andante, ni filósofo gimnosofista ni hechicero. Sabe sonreír y esa sonrisa lo aparta de los hombres modernos”.