¿Qué ocurre cuando un hombre se ve atrapado en el reflejo de un espejo que se refleja en un espejo que se refleja. . . ? Ya no es su única imagen invertida la que le es devuelta, sino todas sus imágenes invertidas que remiten a todas las imágenes invertidas a las que aquéllas remiten. . . Ocurre que ya nada puede detener la sucesión de instantáneas —vivencias y recuerdos— que crea el laberinto de la realidad al acceder a la ficción.
En Mujer en el espejo contemplando el paisaje se suceden y se sobreponen, pues, en tempo onírico, personajes de dobles rostros invertidos : el narrador y Elena, el padre y la madre, el republicano Rojas y el dueño del yate «Victoria» ; y situaciones y lugares opuestos : el paisaje interior desde donde se mira y el exterior que el espejo refleja, la mirada subjetiva, nostálgica, y la mirada objetiva, irónica. Estas distintas operaciones de la mente no podían resolverse sin recurrir a una escritura que sabe a automática, la única, según André Breton, que permite todas las antinomias : estado de vela y sueño, razón y locura, percepción y representación.
El lector se sumerge en la lectura y comprueba con el autor «cómo el tiempo no le deja nunca porque viene a amontonarse a su alrededor a cada instante y por todas partes y es ese tiempo, el suyo y el de los demás y el de los viejos muertos y el de los muertos por nacer. . . »,
«. . . aun cuando es obvio que desenredar la ficción de la realidad y viceversa es tarea conflictiva. . . ».