Ricardo Muñoz Suay, en su introducción, aclara : «Los verdugos son seres a los que hay que alejar del dominio público —ese acto hipócrita de una sociedad que conserva la horrenda pena mortal pero que la oculta, al mismo tiempo, como algo nefando. Y, sin embargo, el verdugo es un señor : el señor verdugo.» Y, precisamente, esta Ojeada histórica acerca de los suplicios fue escrita por un señor verdugo, Henri Sanson ejecutor de María Antonieta, último miembro de toda una ilustre familia de verdugos franceses que, al servicio de los Reyes y de la Revolución, decapitaron un buen número de individuos de todas las ideologías, en nombre de la justicia de turno.
Henri Sanson, con descripciones muy pedagógicas, nos relata cómo se mataba en su época. Aunque se conservan aún hoy muchos de los sistemas eficaces de tortura de todos los tiempos, algunos de los suplicios y formas de ejecutar han caído en desuso, pero otros aparatos igualmente ingeniosos y más propios de nuestra era han sido inventados, como las cámaras de gas y la silla eléctrica.
La parte que publicamos pertenece a un extenso libro titulado Siete generaciones de verdugos, 1688-1847. Fue publicado en Francia en 1862 y, al mismo año, traducido al español en Valencia por un tal J.D.L. y M. quien tiene buen cuidado de anotar una defensa muy castiza cada vez que el verdugo francés cita algunas de nuestras hermosas costumbres. Hemos respetados la traducción sin ninguna modificación actual para conservar todo su sabor.
Al publicar este libro, no podemos olvidar la espléndida película de Azcona-Berlanga,
El verdugo, que, de cierto modo, completa la intención de este volumen : así como éste no es más que una relación fría y técnica de las formas de torturar y matar, la película explica cómo la misma sociedad convierte a un pobre hombre en un señor verdugo, por su necesidad de vivir, comer y mantener una familia respetable. Porque, como Antonio Machado hace decir a un verdugo en una de sus «pesadillas» :. . . «Yo ahorco por las buenas. Nada de violencia. . . Pero, póngase usted en mi caso. Si no le ahorco a usted, me ahorcan a mí. Además, tengo mujer e hijos. . . »