«Los tribunales ejercieron desde siempre sobre mí una fascinación irresistible» y por eso Gide pidió ser jurado y lo fue, en 1912, a los 43 años, durante doce días. «Ahora sé que es muy distinto hacer justicia y ayudar a hacerla uno mismo. . . No estoy seguro de que una sociedad pueda pasar sin tribunales y jueces ; pero puede sentir con profunda angustia durante doce días hasta qué punto la justicia humana es dudosa y precaria.» Gide presenta, pues, la historia de Blanche, secuestrada por su familia durante 25 años en una habitación herméticamente cerrada, envuelta en su propia mugre, como un caracol en su cascarón inmundo, con una frialdad casi científica. Procura no interpretar los hechos y abandona al lector a su indignación, sorpresa o desconcierto.
André Gide es lo que se llama un gran escritor con premio Nobel y una obra abundante. Es uno de los personajes más peculiares y retorcidos de la literatura francesa contemporánea. La sinceridad y la lucidez de su Journal escandalizaron a más de un puritano, y sus libros son tabú en las librerías de los papás pseudoprogresistas. Todo este recato pese a que R.M.S. dice de él, en el prólogo de este libro, que, en realidad, fue «un moralista sumergido en su propia contradicción ascética y sensual, artista burgués que no quiso llevar sus investigaciones hasta las necesarias implicaciones últimas».
El caso de la Secuestrada de Poitiers estremeció toda Francia en 1901. Pero podría ocurrir hoy en cualquier familia bienpensante de cualquier provincia de cualquier país. Es una auténtica aberración de lo cotidiano, un grano de pus en la nariz de una actriz de cine. Por eso, R.M.S. inicia esta Serie cotidiana con este documento que pertenece «a un mundo no por extraño menos cotidiano, que pervive junto a lo aceptado como normal, familiar y bienestable».
Luis Buñuel, en una carta dirigida a R.M.S., comenta que «lo atrayente de este libro es cómo, viviendo en un mundo llevado, según dicen, por la razón, aparecen de pronto esos casos de pura irracionalidad que desmienten o rectifican esta asertación. Hitler, por ejemplo. Que un loco satánico arrastre tras de sí a millones de gentes en el país de la razón y de los filósofos es algo parecido».