Un fantasma recorre los escenarios del mundo : se llama Jerzy Grotowski. Sus nociones sobre teatro pobre, la escena como laboratorio, el espectáculo decididamente gestual, la actuación hipnótica, tiñen la producción teatral del momento, no sólo en Broadway, en Londres o en Milán, sino en los sitios más insospechados : Melbourne, Tucumán. El Piccolo Teatro de Milán presenta sus últimos Brechts en escenarios desiertos. Pasolini se pronuncia por un espectáculo basado fundamentalmente en la violencia gestual, el Rey Lear de Peter Brooks realiza el milagro de convertirse en una obra de problemática radicalmente contemporánea. Marta Verduzco lee en París y en México poemas donde el texto parece un mero apoyo a la actividad física. El teatro Noh de Kyoto elimina todo incidente accesorio para volver a comunicarse con sus raíces míticas. En todos estos procesos no ha dejado de estar presente, de un modo tácito o expreso, la sombra de Grotowski. La misma comedia musical, la forma teatral de consumo más evidente, ha resentido su influencia. Hair ya no es Call me Madam o Hello Dolly !
Grotowski pone en crisis todos los valores escénicos que fundamentan el teatro contemporáneo. Su influencia ha sido sobre todo teórica. Pocos han logrado presenciar sus espectáculos. En el pequeño pueblo de Opole, donde nació el teatro laboratorio, y más tarde en Wroclaw, la admisión se reduce a cuarenta espectadores. En sus representaciones en el extranjero el número se amplía hasta llegar a cien. Si se sumaran todos los espectadores que ha tenido Grotowski, su número con seguridad resultaría inferior al que asiste en tres días a una pieza de Ginger Rogers en Londres.
¿En dónde reside la heterodoxia de Grotowski ? Tal vez en un debate constante que entrevera los bajos fondos del instinto con la actividad racional y mística del hombre. Su dialéctica se sitúa entre la reverencia y la destrucción del mito, entre la adoración y la blasfemia.