San Gabriel es un hacienda en el interior del Perú. A ella acude, por razones familiares, un adolescente criado en la capital. «Pero San Gabriel no es un casa, como tú crees», le advierte Jacinto, «el loco» de la familia, «ni un pueblo. Es una selva». Y, de hecho, en contra de toda expectativa, lo que encuentra Lucho en ese mundo rural, de mucha generaciones de terratenientes, es una comunidad que, como toda comunidad cerrada y aislada por mucho tiempo, «con sólo respirar el aire, se envenena» y en la que «el pez más grande se come al chico» y «los débiles no tienen derecho a vivir»…
Pese a la atracción que ejerce sobre él su prima Leticia, mala y perversa, Lucho empezará a sentir el peso de las miserias amorosas, las intrigas, las rivalidades, los engaños y la saña gratuita con los que se entretienen sus parientes del campo. Sólo el gran terremoto hará tambalear ese mundo hasta entonces indemne y, una vez «abierta la brecha, unas llaman a otras y pronto son legión».