Juan Gil-Albert regresó a España tras el exilio forzoso, en 1947, permaneciendo hasta hace tres años —cuando su obra empezó finalmente a publicarse y leerse en todo el país— en ese otro exilio, no menos penoso, que el de sentirse extraño en su propia tierra. Desde aquel silencio pudo observar —y vivir— con apasionada, si bien contenida indignación, día a día, la experiencia del período más lúgubre del franquismo hasta la celebración de sus “25 años de paz” en 1964, año en que Juan Gil-Albert decide escribir Drama patrio, destinado, no obstante, en áquellos y otros muchos años todavía, a sumirse en el fondo de un cajón. Hoy sale finalmente a la luz, ya no como un grito en medio de la oscuridad sino como un testimonio implacable y un lúcida reflexión.
“No es éste un informe imparcial sobre España —sobre su guerra civil—, tampoco parcial.” (. . . ) “yo he pretendido presentar la verdad, vivida en su existencia pasional. No es una interpretación personal, es más que eso, me expresa a mí, naturalmente, pero en cuanto coincido con el hombre de la calle (. . . ), la opinión.” (. . . ) “El tono que he querido darle, el que se me ha impuesto, es en cierto modo, panfletario.” (. . . ) “ Es decir, lo que he querido rescatar del panfleto es su clima , su decisión, su eficacia.” Difícilmente un autor podría definir su propia obra con mayor precisión y acierto.