Traducción y notas de J. A. Villar Vidal. Revisada por J. Solís. Livio es el único de los grandes historiadores romanos que se mantuvo apartado de la vida pública. A lo largo de unos cuarenta años, trabajó en su Padua natal en la redacción de su monumental Historia de Roma, en ciento cuarenta y dos libros, de la que sólo nos han llegado treinta y cinco (del I al X y del XXI al XLV), con lagunas en los cinco últimos. Conocemos el contenido del resto por unos resúmenes (Periochae) de época tardía. A pesar de la fama de que ya gozó en vida y de que Quintiliano lo juzgase, juntamente con Salustio, el más grande historiador de Roma —Tácito entonces era un niño—, el volumen mismo de su obra hizo que fuera objeto de reducciones y que la mayor parte se perdiera. La parte que se conserva —y que refleja los mejores momentos de la Roma heroica— ha ejercido tanto en la Edad Media como sobre todo en el Renacimiento, la Ilustración y la Revolución Francesa un poderoso atractivo (como lo testimonian las ciento sesenta ediciones de Livio hasta 1700) sobre los intelectuales y los hombres de acción, no ya por el innegable encanto de su prosa, sino sobre todo por la exaltación de las recias virtudes republicanas, el sacrificio cívico y el amor a la libertad. Sin embargo, sólo quien lea su Prefacio se da cuenta, entre otras cosas, del profundo pesimismo —como no podía ser menos en quien había pasado los primeros treinta años de su vida entre guerras civiles— con el que Livio encara el presente de Roma; el mismo autor nos dice francamente que volver la vista al pasado puede ser un buen remedio a las desgracias del presente. Aunque a veces abundan las imprecisiones, la falta de contraste entre fuentes diversas o la manifiesta parcialidad a favor de posiciones conservadoras que en ocasiones muestra, su obra resulta por muchos conceptos impresionante y constituye uno de los mayores monumentos que se ha levantado a la memoria de un pueblo y de sus virtudes. Aunque con una cierta actitud romántica narra su historia desde las convenciones de la vieja analística, lo cierto es que su obra no sólo está empapada de recursos retóricos, sino que demuestra gran familiaridad con las técnicas narrativas que la historiografía después de Isócrates había utilizado en el mundo helénico.