Zulaimar no tenía abuelo.
Pero todas sus amigas tenían uno.
El de María era alto como una palmera.
El de Lucía, redondo como una O.
El de Susana, con los ojos oscuros como el café.
Por las tardes iban con ellos al parque.
Tomaban helados.
Hacían dibujos en la arena.
Zulaimar no logró que ninguna de sus amigas le prestase a su abuelo.
Entonces, dando un nuevo uso a objetos que tenía a su alrededor, decidió construirse uno. Su invento no funcionó a la primera, pero al final, convirtió su deseo en realidad. No todos los niños pueden disfrutar de la presencia de un abuelo cerca con el que compartir juegos, abrazos, experiencias... Eso es lo que le sucede a Zulaimar pero, lejos de amedrentarse,
la pequeña de esta historia echa mano de su ingenio y transforma la ausencia en terreno fértil de donde surgen la creación y la dulzura.
El escritor venezolano Juan Carlos Méndez Guédez nos sumerge en una emocionante y dulce historia que nos recuerda la importancia de la capacidad creativa que permite generar ideas nuevas, experimentar y buscar alternativas ante situaciones desfavorables. Al no tener la
maravillosa figura de un abuelo comprende que frente a la soledad siempre le quedará la fuerza de la imaginación y el sueño.
La ilustradora alemana Elsa Klever recoge esta idea de carencia apuntada por el autor. No en vano vemos en la portada un sillón. Pero enseguida nos introduce en una colorida propuesta plástica donde un sinfín de personajes nos permiten seguir las peripecias de la pequeña protagonista que nos transmite su optimismo: “quería que se pudiera seguir la historia de
Zulaimar y, al mismo tiempo, descubrir nuevos detalles en cada página.”