Si usted escoge a un niño, de unos quince años, bien domesticado, bien nutrido y mejor recomendado, y se lo lleva a su casa, para que le sirva de criado, pueden ocurrirle varias cosas : que a la larga no le guste el criadito, al crecer, se case con una de sus preciosas hijas y se funda, así, una nueva rama de su ya bien cimentada y respetada familia ; que dicho criado aumente el clan familiar sin las correspondientes legalizaciones previas. O que ese niño, ese tierno adolescente, un día, porque sí, asesine a toda la familia, entera, por competo, e incluso, ¡qué horror !, a la compañera criada. El resultado son siete personas muertas. Y un niño, dócil, calmo, reconocido como perfecto de cuerpo y de espíritu, llevado ante un tribunal que ha de juzgarle por unos crímenes que, indudablemente, ha cometido pero que no tienen ninguna justificación. Porque, como se dice, mató a su padre sin causa justificada, y esa falta de justificación es lo que a todo el mundo molesta más.