Entre 1780 y 1880 la actividad artística de Occidente se articuló en torno a unas premisas que dieron continuidad a una época: en las academias se debatía sobre el sentido de la belleza y el modo de alcanzarla, el conocimiento del pasado proporcionaba un criterio en la formación del gusto, las exposiciones públicas y los museos ordenaban los objetos destinados a ser contemplados, la sensibilidad estética era un signo de distinción y las obras de arte se valoraban como un testimonio del progreso espiritual del ser humano.
Este libro analiza los imaginarios visuales que identifican ese periodo histórico, a través de diez argumentos entrelazados: el gusto, la política, el desasosiego, la espiritualidad, la historia, el eclecticismo, la realidad, la ciudad, la visualidad y el símbolo. Trata de sugerirse que las obras de arte forman parte de relatos diversos y fragmentarios. Por lo tanto, son susceptibles de ser apreciadas y comprendidas desde distintos puntos de vista, que se enriquecen con la perspectiva del tiempo.