Karim parece tonto porque habla en karimesco, que es como su propia lengua. Y es que acaba de llegar de Qatar, todo lo que sabe lo ha aprendido en los libros y está a punto de descubrir el sexo, las drogas y la llamada música alternativa.
Genio de las matemáticas e incompetente social, nuestro héroe es capaz de predecir, mediante fórmulas y algoritmos, el mercado del petróleo. Ello a partir de las noticias sobre Oriente Medio en prensa; es decir, a partir del sesgo informativo. Pero Karim no olvida que las personas no son cosas, y quizá por eso la novela comienza con un epígrafe de Marx (Karl).
Sin embargo, otro fantasma recorre este libro, y no es sólo el fantasma del capitalismo. Sí, Karim nunca había visto tanto dinero, pero lo suyo no es acumular por acumular. Estamos en 1999. ¿Para qué situar una novela en la Nueva York posterior al 11-S si uno puede escapar al cliché del telón del fondo para llegar al mismo lugar? Porque todos los caminos conducen a la tragedia, que en realidad son varias. Y esta iniciación a la hoguera de las vanidades de la bolsa y la informática Occidentales, donde la integridad de Karim desentona más que su religión entre la falta de escrúpulos del empresario modelo, anticipa en retrospectiva y sin moralina, porque la ficción así lo permite, algunas catástrofes anunciadas que también han sido, son las nuestras.