Tras las grandes convulsiones que padeció la Península Ibérica desde el derrumbamiento del Imperio romano en el siglo V y, sobre todo, tras la pérdida de España a manos del Islam en el siglo VIII, emerge en las estribaciones del Pirineo occidental el Reino de Navarra, auténtico crisol de lenguas y culturas diferentes. En su conformación como comunidad política, una y plural, desempeñó un papel fundamental el Fuero, conjunto de normas e instituciones garantes de la libertad colectiva del pueblo navarro.
Desde su aparición a finales del siglo XIX, el nacionalismo vasco no ha cejado en su empeño de conseguir que Navarra diluya su personalidad en el seno de Euzkadi o Euskalherria. Tras una serie de intentos fracasados, en nuestros días el aberzalismo radical ha trasladado su lucha totalitaria y revolucionaria al campo de la historia, con una manipulación sin precedentes, con el fin de lograr la integración del pueblo navarro en la pretendida República Confederal euskalherríaca y su conversión en un territorio histórico más de una nación vasca que jamás ha existido.
El apasionante relato histórico de Del Burgo pone claramente de manifiesto que Navarra nunca se apartó de su vocación española, uno de los componentes esenciales de su recia identidad como pueblo libre, tanto en momentos de triunfo y de derrota, de éxitos y de fracasos colectivos.
Un régimen foral, plenamente democrático y paccionado con el Estado, le asegura un elevado nivel de autogobierno. Navarra disfruta de un impresionante desarrollo en todos los órdenes y es pionera en educación, sanidad y servicios sociales. Es un vivo ejemplo de cómo es posible armonizar la consecución del estado de bienestar en un marco de libertad, justicia social, igualdad y solidaridad.