Cómo hablar del otro lado, se preguntó Alicia. Porque, en materia de maravillas, ella había descubierto que era más de una, y que una sola lengua no podía significar lo que tenía lugar entre ellas. Sin embargo, era preciso intentar hacerse oír. Así que, esforzándose, repuso: ¿Qué decir de una sexualidad femenina otra? Otra respecto a la prescrita en y por la economía del poder fálico. Otra respecto a la descrita –y normalizada– una y otra vez por el psicoanálisis. ¿Cómo inventar, o recobrar, su lenguaje? ¿Cómo interpretar el funcionamiento social a partir de la explotación de los cuerpos sexuados de las mujeres? ¿Qué puede ser, entonces, su acción en relación con lo político? ¿Deben o no intervenir en las instituciones? ¿Qué rodeo hay que dar para escapar de la cultura patriarcal? ¿Qué cuestiones plantear a su discurso? ¿A sus teorías? ¿A sus ciencias? ¿Cómo enunciarlas para que no se vean, de nuevo, sometidas a la censura o la represión? Pero también: ¿cómo hablar ya mujer? Atravesando de nuevo el discurso dominante. Inquiriendo al dominio de los hombres. Hablando a las mujeres, entre mujeres. Cuestiones –entre otras– que se interrogan y se responden en varias lenguas, en varios tonos, en varias voces. Desconcertando la uniformidad de un discurso, la monotonía de un género, la autocracia de un sexo. Innumerables los deseos de las mujeres, y nunca reducibles a uno ni a su múltiple. El sol ya había salido hace mucho tiempo. Una historia no terminaba de imponer su orden. De obligarla a exponerse en una claridad algo fría. A la espera de otra mañana, volvió a pasar detrás del espejo, y se encontró entre toda(s) ellas.