La teoría de la evolución formulada por Darwin constituye el marco teórico ineludible en el que se inscriben todos los estudios de la biología contemporánea. La biología molecular, la paleontología, la ecología, la medicina, la antropología: ninguna de estas disciplinas tendría sentido fuera del corpus conceptual evolucionista. Desde sus primeras anotaciones –escritas en los años treinta del siglo XIX–, Charles Darwin tuvo claro que la suya era algo más que una teoría científica: era un «largo razonamiento» que socavaba los cimientos de la concepción providencialista del mundo y que incluía definitivamente al hombre en las leyes de la naturaleza. En los casi dos siglos que la separan de nuestros días, la teoría de la evolución se ha visto enriquecida por muchos nuevos datos y por una gran variedad de pruebas experimentales y empíricas. Darwin sigue funcionando. Pero desde siempre, ha habido quienes se oponen a él, tratando de desacreditar el darwinismo, acusándolo de una debilidad de la que carece o atribuyéndole hechos nefastos que le son totalmente ajenos. Con admirable claridad y buenas dosis de ironía, Pievani nos ayuda a comprender el trasfondo cultural de los nuevos creacionistas, defensores de un «diseño inteligente», bien condimentado con una salsa teo-con.