Para dar respuesta a ciertas preguntas sobre el suelo que pisaban, sobre su geografía, la gente inventó relatos que se iban contando de abuelos a padres, de padres a hijos. En una montaña veían la silueta de una mujer muerta e imaginaban una historia de amor y muerte. Encontraban una fuente que manaba agua caliente e imaginaban que el agua llegaba de las calderas del infierno. Contemplaban un valle anegado por un lago e imaginaban una ciudad sumergida bajo las aguas para castigar la avaricia de sus vecinos. En las leyendas de esta geografía mágica aparecen gigantes, diablos, santos, encantadas, hechiceros. La magia está siempre presente. Y también el amor, que es otra forma de decir «magia».